A lo
largo de la historia, han sido muchos los pueblos que han vivido en la cuenca
mediterránea. Todos ellos han ido aportando alimentos y técnicas culinarias que
se han ido adaptando a las condiciones de las diferentes áreas geográficas.
El
resultado de toda esta interacción entre culturas es uno de los modelos
alimentarios más valorados y saludables a nivel mundial: La dieta Mediterránea.
Una de
sus características fundamentales es que no se trata de un modelo uniforme,
estable e inamovible; sino que está en continúa evolución gracias a que permite
la incorporación constante de alimentos y técnicas culinarias. Esto, además de
permitir su permanencia a lo largo de los siglos, posibilita su predominio en
poblaciones de lo más variopintas.
Trilogía mediterránea: vino, aceite y trigo |
A pesar
de toda esta diversidad, la dieta Mediterránea se basa en una trilogía
fundamental: el trigo, el aceite de oliva y el vino.
Además,
las legumbres, las frutas, verduras y hortalizas, la cerveza o el pescado
juegan un papel esencial.
Se
trata, en todos los casos, de alimentos con un alto valor biológico y de los
que numerosos estudios epidemiológicos han demostrado su contribución a la
prevención de diferentes enfermedades como el cáncer, trastornos cardiovasculares
o la obesidad.
De hecho,
y a pesar de que este modelo comenzó a fraguarse hace más de 6000 años, desde
el punto de vista científico no surge hasta los años 60 a través del estudio “
de los siete países”.
En él,
se evaluaron hábitos dietéticos de la población de varios países de distintos
puntos del planeta sin atender a aspectos genéticos ni al estilo de vida.
Se
comprobó que en Grecia y el sur de Italia, únicos países mediterráneos del
estudio, había una tasa de mortalidad por enfermedad cardiovascular muy por
debajo de EEUU, Yugoslavia o Finlandia entre otros, a pesar de que estos
últimos tenían un mejor sistema sanitario y condiciones de vida.
Estos
resultados sólo podían tener una explicación: la dieta.
En la
actualidad, tenemos a nuestro alrededor gran variedad de factores y condiciones
que nos pueden llevar a irnos alejando poco a poco de este modelo que tantos
beneficios trae para nuestra salud por un lado y, para la conservación de la
cultura y paisaje típico de nuestro país por otro.
Además,
podemos pensar que seguir unas pautas dietéticas de hace 50 años no es
sencillo. Sin embargo, sólo hay que seguir algunos consejos:
-
Frutas, verduras y hortalizas en abundancia, especialmente de
temporada.
-
Alimentos frescos frente a procesados.
-
Aceite de oliva como grasa culinaria.
-
Cereales integrales, frutos secos y legumbres a diario.
-
Productos lácteos a diario aunque con moderación.
-
Pescado y aves entre 2 y cuatro veces por semana. En el caso del
pescado, alternando el azul (graso) y el blanco (magro).
-
Huevos de 1 a 4 veces por semana.
-
Consumo moderado de vino. Especialmente con las comidas.
-
Consumo muy reducido de carne roja.
-
Especies y condimentos para aderezar nuestros platos.
¿ Os
atrevéis a probarlo?
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